sábado, octubre 16, 2010

Y eso que sólo quería comprarme un cuaderno

Ayer por la tarde quería comprar un cuaderno en blanco para que pinten mis hijos. En mi barrio quedan todavía papelerías con sección de librería, aunque no sé por cuánto tiempo. Lo que les salva, supongo, es estar a cierta distancia de las grandes superficies y ofrecer lo que éstas no ofrecen, desde literatura infantil hasta, simplemente, textos distintos al best-seller.

La verdad es que mi trabajo o mi vida personal no me hacen pasar por estas librerías con frecuencia. La pila de libros por leer sigue alta y lozana, y mi oficina es básicamente sin papel. Por el ritmo que llevo en el último año, no estoy ni remotamente al tanto de novedades de mi interés. Por eso, mi sorpresa fue grande cuando, al ir a comprar el cuaderno, dos obras se me pusieron a tiro:

  • Sonderkommando, de Shlomo Venezia. Recuerdo al hombre, lo había visto en documentales y escuchado su testimonio. Uno de los pocos supervivientes de las deportaciones de una de las mayores colonias sefardíes del mundo, Tesalónica. Sin dudarlo.
  • Anarquistas. Un siglo de movimiento libertario en España, de Dolors Marin. El cuerpo me pedía desmitificación. Sin dudarlo también, por el rabillo del ojo leí el canto y a la bolsa que fue.

Ambos me salieron por 36 €, además de los 2 euros del cuaderno que quería adquirir y por el que me pasé por la papelería. Mi pila por leer mide 45mm más. Sin problema, ya caerán.

Dos días antes había leido una referencia a The Gun, de C.J. Chivers, un autor pulitzerizado. Un buen equilibrio entre la monografía especializada y la divulgación, hace un recorrido de la evolución de las armas automáticas hasta el Kalashnikov y su significado cultural. 13,9 € al cambio. Tres clics desde el kindle: tienda, buscar The gun, comprar. 45 segundos. Me ha enganchado y llevo ya 1008 locations de 11543 (el equivalente a páginas para texto fluido de ebook, el p-book son 496 páginas del señor)

¿Por qué este anecdotario?

Pues porque me he dado cuenta que lo de los precios, vale, es importante, pero no hay que obsesionarse. No quiero ir de potentado por la vida ni nada parecido, y los precios no invitan precisamente a aumentar la compra que he hecho este mes, pero por otra parte no es nada nuevo. No sé vosotros, pero a mí me lleva pasando mucho tiempo: aún cuando era un estudiante perpetuamente a la última pregunta, en mi decisión pesaba más en muchas ocasiones el impulso al recorrer la librería que el dinero. La diferencia respecto a ahora es que tenía más tiempo para emplear en buscar ejemplares descatalogados, rebajados o lo que fuera, pero si la obra me tiraba, se iba a hacer puñetas el presupuesto del mes.

Ayer pude comprobar que ese viejo impulso me funciona exactamente igual en papel que en ebook. Se podría pensar que, si tengo las dos opciones, tiraría por ebook por más inmediatez y por precio, pero empiezo a pensar que es necesario relativizar eso. Como dicen muchos, nunca podremos tener tiempo para leer todos los libros que nos gustarían. Partiendo de esa base, la tribu de los compradores impulsivos de libros vamos llenando nuestra cuota de lecturas con lo que aparece ante nuestros ojos. Y esos momentos en los que cedemos a la tentación son independientes, o eso me parece, de si estamos en internet o en el espacio real. El proceso es básicamente el mismo: me entero, o veo, un título que desconocía y que encaja bien en mi espectro de intereses. Algo hace clac y nos pone en modo compra. Tiene su margen de error, por supuesto, pero diría que el factor esencial es incontrolable y muy vagamente consciente. Es tan sencillo como que un elemento de la obra atrapa nuestra atención: tema, autor, título, recensión, lo que fuera. Nos dejamos llevar, nuestra C/C se rebaja un poco y para casa.

El corolario de esto es que el librero que quiera sobrevivir tiene que maximizar las oportunidades de que una obra haga clac en la cabeza de un comprador, dado que en poco tiempo va a competir con las tiendas online y en aparente desventaja. El modelo de librería-papelería, donde pueda funcionar (no en el centro de Madrid, desgraciadamente), incrementa las posibilidades: como me pasó a mí, vas a comprar otra cosa y topas con un imán de tu interés.

Pero estos establecimientos han cerrado en gran número por la competencia de las grandes superficies. Diría que es raro que en los barrios nuevos se construyan, para empezar porque buena parte de los PAUs no andan sobrados de comercio minorista (otra desgracia que, directamente, no me entra en la cabeza), y en los barrios consolidados se mantienen de aquella manera. La conclusión que saco es más genral: como digo, el librero tiene que dar más motivos al cliente para que se pase por la librería. Entiendo que eventos, tertulias, todas las variantes posibles para maximizar las oportunidades de que, al verlo, alguien se decida a comprar el libro de papel y no espere a casa para comprar el ebook.

Pero por más que haya relativizado, las diferencias están ahí. El librero lo va a tener más difícil si la diferencia de precio entre el ebook y el pbook empieza a ser acusada. Ya parte de la desventaja de que el ebook maximiza la inmediatez, sobre todo cuando no se depende de un PC para la adquisición; eso, por no hablar de que tampoco va a poder competir con fondos con una tienda online.

El único factor con el que puede aventajar a la tienda online es la comodidad del cliente en el sentido más humano del término: sentirse a gusto, acogido, aconsejado, tener motivos para darse la caminata y para quedarse un rato, tener motivos adicionales a los de la compra del libro.

Libreros y libreras, más os vale afinar vuestros cantos de sirena. Lo mismo un café tampoco está tan mal :)

4 comentarios:

  1. ¿Cafe? Para eso prefiero Londres que me ofrece lo mismo.
    Mi pila de libros sigue creciendo....

    El Otro

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  2. Anónimo12:09 p. m.

    Oh my god, lo del café yo también lo veo una ordinariez. Para todos estos temas literarios yo siempre prefería el Club Reformista de Londres. Buenas tardes, caballeros.

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  3. Este comentario me parece especialmente apropiado después de trasegarme ayer "My Fair Lady" con mis hijos.

    Anyways, lo que importa es el concepto: dar motivos para echarle el rato y sentirse a gusto. En parte de la cadena B&N, por ejemplo, lo del café o echarle el rato en leer es algo completamente asumido.

    Conociendo los problemas del "gratis total", lo mejor sería un café ridículamente barato (30ct?) pero no gratis, para no pervertir la idea

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  4. Me has recordado una reflexión que oí por ahí y que suscribo completamente: cuando eres (más) joven ;) inviertes tiempo porque no tienes dinero; cuando ya cuentas con poder adquisitivo, inviertes el dinero para no perder ese tiempo. Y eso por asociarlo con la edad, que en realidad creo que es independiente de ella.

    No tiene mucho que ver (o sí), pero no me he podido aguantar las ganas de decirlo ;)

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