viernes, octubre 07, 2011

Eponimia

La eponimia es una cosa fantástica. Desde que el hombre es hombre, honramos a los que destacan poniendo su nombre a una calle. A un monte. A un continente entero (aunque Vespucio, si destacó por algo, fue por ser el mayor vendemotos de la historia. Imagino que era un cachondo).

En el conocimiento académico en general, ya sea ciencia, humanidades o "ciencias sociales", no nos hemos sustraido a la eponimia ni cuando hemos ido más abajo de los átomos o más allá de la cara visible de la luna. Las ciencias sociales son rosarios de nombres en el mejor de los casos, o culto al autor cuando tenemos un día malo. Los médicos siguen felices honrando a cada investigador poniendo su nómbre a un síndrome o enfermedad, y los matemáticos a cada nueva entidad o concepto. En ambos casos, sin el más mínimo problema de cara a hacer más miserable la vida a los aspirantes a médico o matemático, torturando innecesariamente la mente de jóvenes que tienen que aprender cientos de apellidos desconcertantes en vez de recurrir a un término descriptivo que ayude a recordar cada síndrome o cada entidad matemática. En cuanto a las ciencias sociales, ha mucho que perdimos el sentido de la proporción: el academicismo en su sentido negativo alcanzó su cima hace generaciones y ahí sigue, tan terne. Publish or perish, un paper o aún una monografía no son solventes si no justificas cada párrafo que describe tu (¿Supuesta?) investigación sin el preceptivo rosario de apellidos. Como dijo fulano (1991), zutano (1995) y su cuñado (1997), la consideración de...

La eponimia es una de esas partes simiescas que nos quedan en la cultura, como quitarnos parásitos, agitar árboles jóvenes o golpearnos rítmicamente el pecho. No directamente, claro, pero al igual que apreciamos el masaje como vía para dar salida al instinto social del desparasitado, honramos al bueno de Tourette poniendo su nombre al Síndrome de Idem como honraríamos con nuestro lenguaje corporal al espalda plateada, macho o hembra alfa o equivalente. Hijo de puta.

La eponimia puede ser también negativa. Llega el momento en un post como este en el que hay que sacar la Ley de Godwin a pasear.

La ley de Godwin, precisamente, cumple con el principio de eponimia al honrar a su creador en vez de referirnos a ella con un nombre descriptivo, tal que "regla de la analogía nazi en comunicación mediada por ordenador". Y la podemos aplicar, porque la figura de Hitler es un ejemplo estupendo: no sólo es la encarnación del mal, sino que hacemos de ese señor el símbolo central y causa casi incausada de todo el nazismo.

Pues bien, por más que nuestras tripas entiendan y hasta pidan la eponimia, lo cierto es que es ineficaz e infantilmente irreal. Pero no infantil en lo bueno, en la creatividad o en la alegría, sino en la tozudez, la pataleta o el creer lo que creemos creer para no hacer lo que debemos hacer.

En la academia empiezan a sonar voces en contra de la eponimia. No tiene sentido seguir reproduciendo un esquema ineficaz, que dificulta de manera sensible el aprendizaje y a cambio no aporta nada bueno. El conocimiento académico es una empresa colectiva, donde nadie sobra y todos aportan. No todos igual, de acuerdo, pero diría que hay otras formas más eficaces de reconocer al genio. Pagándole una terapia para que acepte que realmente le quieren, si es el caso, o dejándole trabajar a gusto en lo que le apasiona, si no necesita terapia. Y para todos, dejar de joder con el publishorperish y con la corruptela global de los índices de impacto y las cuatro editoriales que parasitan el trabajo de las personas más creativas, entregadas y productivas de cada generación.

Pues si esto es cierto para la academia, mucho más lo es para la informática. Si los académicos no son nadie en soledad, si dependen del trabajo ajeno para sostener el propio, los hackers, ingenieros y desarrolladores cada vez aportan más, y cada vez aportan menos. Más en conjunto, con esta evolución explosiva que seguimos disfrutando y que nunca pudimos prever. Menos, porque por genial que sea el hacker en cuestión necesita de la obra previa de millones de sus pares para construir algo nuevo. Necesita herramientas, librerías, metodologías, conceptos. Necesita productos previos en los que inspirarse y que superar. Necesita, sobre todo, nuevos problemas o nuevas formas de enfrentarse a problemas viejos.

La eponimia es más falsa en informática que en la academia o casi que en ningún otro ámbito de la vida. No somos como nuestros primos cercanos. Un espalda plateada humano no es nadie, aunque creamos lo contrario. Somos más, somos mucho más parecidos a las termitas, aunque nos joda tremendamente asumirlo. En vez de quitar parásitos al espalda plateada, levantamos catedrales de conocimiento como las termitas crean sus maravillosos termiteros de 10 metros, circulación de aire y ese asombroso etc.

Seguimos emperrados en buscar héroes y villanos en informática. Lo que el común de los geeks sabe de Ballmer es que tira sillas y saca la lengua. Ea. Lo que algunos hackers creen saber de Theo de Raadt es que es completamente insoportable. Nadie se extraña de que Linux siga siendo uno de los mayores epónimos de la historia reciente, y Richard Stallman sea San Ignutius.

Pero pocos, muy pocos conocen el apellido Molenaar. Menos aún les suena Ward Cunningham. A casi ningún maquero le suena el apellido Raskin... abrid esta lista y sed sinceros con vosotros mismos respecto a los nombres que siquiera os suenan.

Y eso que es una lista moderada. De pioneros. No de las siguientes generaciones después de la edad heroica. Y sobre todo, es incompleta. Por cada nombre hay cientos con contribuciones menos llamativas pero que, sin ellas, no tendríamos lo que tenemos. La eponimia, amigos, la niega el clavo de una herradura
For want of a nail the shoe was lost.For want of a shoe the horse was lost.For want of a horse the rider was lost.For want of a rider the battle was lost.For want of a battle the kingdom was lost.And all for the want of a horseshoe nail.
Para un martillo, todo son clavos. Como lo son para la historia y la realidad de la informática. Sin las contribuciones de millones de hackers, no tendríamos lo que tenemos. Y lo que es peor, nuestros instintos nos tientan al parecer sin remedio a buscar al héroe o al espalda plateada, y en este caso atribuirle media revolución digital.

Ha sido el caso de la figura cultural de Steve Jobs. Todo lo que se ha escrito estos días, tan desmedido, tan exagerado, es un magnífico ejemplo de lo importante y lo absurda que es la eponimia para la informática. Le tratamos de atribuir todo a una figura, tratamos de vincular un apellido a la revolución digital que ha cambiado nuestras vidas.

Buscamos un espalda plateada, en vez de aceptar que somos termitas que levantan catedrales que nos están llevando al cielo.
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