lunes, marzo 02, 2009

Se acabaron los riesgos para el editor

Creo que no se está prestando suficiente atención al caso de los libros que no tienen una gran demanda, tanto si no la tienen inicialmente por ser el autor desconocido como si nunca la llegan a tener porque el autor sigue siendo desconocido, o porque la temática del libro sólo interesa a un reducido grupo de especialistas (y el autor, por el motivo que sea, no le da un giro divulgativo a su obra).

El autor que no puede aspirar a grandes ventas pasa un calvario prolongado para lograr que el fruto de su trabajo alcance los estantes de las librerías. Ya os he comentado en algunas ocasiones esa ocasión,al poco de acabar la tesis, en la que un simpático sinvergüenza me ofreció, "por ser amiguete", publicar mi tesis "más barato que nadie" - en otras palabras, pagando yo lo menos posible. Si no esta(ba)s dispuesto a pagarle a alguien para que imprimera y distribuyera tu obra, te espera(ba) una romería cuyo final, en muchas ocasiones, lo marca(ba) tu paciencia y tu resistencia a las negativas reiteradas. Pongo entre paréntesis el pasado por motivos que revelaré al final.

Desde el punto de vista de la editorial, la posición es completamente lógica: la edición y publicación de cualquier obra que no estén en el extremo ancho de la larga cola es una operación de riesgo. Cualquier tirada pequeña exige una serie de inversiones: tiempo de edición (si procede), tiempo de maquetación, gastos de impresión, gastos de distribución, gastos de almacenaje, los gastos de publicidad que se pueda permitir (si se los puede permitir). Será un éxito destacable si, pasado el tiempo (y acumulados más gastos de almacenaje) se logran vender el número suficiente de ejemplares de la tirada como para salir de los números rojos en los que se entró con la operación.

Hasta ahora ése era el orden natural de las cosas: los autores sufrían por conseguir que su esfuerzo fructificara en manos de un lector, y los editores que no tuvieran en su catálogo obras de la parte ancha de la larga cola tenían que tener una fe y un amor a su trabajo a prueba de bombas para superar la incertidumbre de cada nueva publicación.

Los ebooks (y, en este sentido, también los pbooks de impresión a la carta) con su mera existencia le dan la vuelta a la cuestión: desaparece el riesgo de la publicación. En tanto que no se incurre en los gastos de maquetación (prácticamente, la conversión de un ebook en el formato de edición del autor a un formato final de ebook es básicamente automática), impresión, distribución y almacenaje, la editorial deja de correr riestos a la hora de apostar por desconocidos. De hecho, cuando trabaja con ebooks una editorial cambia su papel fundamental: pasa a centrarse en las tareas de edición y comunicación/publicidad. Una editorial, así, sería una organización que afina la calidad de las obras y que les sirve de plataforma publicitaria.

Ambas operaciones son, a la vez, netamente positivas y opcionales. Positivas en tanto que en no pocas ocasiones un buen editor transforma una buena obra en un éxito, y que la comunicación de una editorial puede lograr que la obra despierte el interés de un número significativo de lectores. Opcionales porque, acabada la dependencia de la producción, distribución y almacenaje de pbooks, los autores pueden optar por contar con los servicios de las editoriales o bien lanzar su obra al público completamente por su cuenta, o en la sola compañía de otros autores.

Ésta es una situación en la que todos ganamos: autor, editor, lector. Conforme aumente la popularidad de los ebooks, más y más obras que habrían sufrido el destino que sufrió la conjura de los necios en vida del autor acabarán pudiendo ser leidas por un número de lectores, por pequeño que sea.

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