Precisamente, Marcos Tarácido se quejaba de la falta de referencias a esta noticia en la blogosfera hispana. Y esa falta de referencias, precisamente en los tiempos en los que el ebook "está en boca de todos", resulta especialmente significativa.
En los tiempos heroicos previos a Internet (inmediatamente previos, hablo de 1971), Hart tuvo una idea absurda: picarse la declaración de independencia de los Estados Unidos y transmitirla dentro de su red de ordenadores. Seguro que en ese momento algunos de los demás usuarios de esa red pensaron que Hart tenía realmente mucho tiempo libre, quería practicar mecanografía o ambas cosas, pero lo cierto es que desde el principio Hart estaba ante una idea maravillosa de tan sencilla: si una red de ordenadores sirve para transmitir archivos de texto, se podría emplear para transmitir todo tipo de obras de ficción o no ficción siempre que la licencia lo permitiera. Tras un primer acto incomprensible se escondía una revolución que aún tiene que brotar: el acceso universal a la cultura.
Volvamos a la idea inicial: el proyecto Gutenberg nació antes que Internet. De hecho, tendrían que pasar bastantes años no sólo para que Internet se inventara (pongamos como fecha 1973, con la formulación de Vinton Cerf del protocolo TCP/IP), sino para que se alcanzara una masa crítica de usuarios que superara las seis cifras y para que la velocidad de transmisión hiciera viable mover más de 500k (y almacenarlas) en cualquier parte del mundo. En otras palabras, no sólo hacía falta Internet, sino PCs fuera de las empresas y los campuses, al alcance de un perfil significativo de la población de los países desarrollados.
Pero antes de que eso ocurriera, otras personas habían entendido y compartido la visión de Hart... y se habían puesto a la tarea. En los primeros tiempos heroicos, picándose como campeones novelas enteras, o repartiéndose ese trabajo y otra tarea igual de agradecida como es la de la revisión de las pruebas de imprenta. Pensad que estamos hablando de los años 80: no sólo no había ereaders, sino que la impresora más comúnmente al alcance de los usuarios era o matricial o de margarita, de manera que no había una solución completamente satisfactoria para leer los libros: las pantallas eran levemente radioactivas y completamente insufribles, y un texto impreso en aquellas impresoras matriciales que llenaban de metálicos chirridos despachos y cuartos de trabajo no era cómodo para la lectura prolongada. De hecho, la mejor opción disponible era la impresora de margarita, pero tampoco era para tirar cohetes.
Daba igual. lo importante era contribuir con horas de dedicación a una promesa que no por lejana era menos maravillosa: que una obra clásica, de dominio público, pudiera estar al alcance de cualquiera que tuviera un acceso a un ordenador conectado a The Gutenberg Project. Y fueron pasando los años, y a las impresoras carismáticas las sustituyeron las impresoras láser, a las pantallas de fósforo verde las sustituyeron pantallas CRT dedicadas, que cansaban cada vez menos la vista, luego pantallas TFT y, desde hace 4 años, los ereaders basados en e-ink acabaron en manos del público. Poco a poco, al trabajo heroico de picarse un libro entero le ha ido sustituyendo el escaner, el paso por OCR y la corrección de pruebas "de imprenta".
Yo tenía 2 meses y 20 días cuando Hart tomó la decisión de picarse la declaración de independencia y ponerla a disposición de todo el mundo. En este enorme lapso de tiempo (toda mi vida, en la que he tenido acceso a un ordenador conectado a Internet es sólo desde la segunda mitad, y eso que he sido extremadamente afortunado al respecto), Internet ha nacido y, tras unos años al ralentí, ha crecido como el haba del cuento de jack y las habichuelas mágicas. Ha llegado a las nubes, y desde ahí a casi toda la Tierra, y quizás a toda la Tierra en un futuro no muy lejano. Con toda la tierra, claro, me refiero a toda la humanidad y no sólo a los privilegiados que ahora mismo no estamos en situación de exclusión digital.
Mientras el Proyecto Gutenberg crecía despacio, una de las habas de Jack ha llegado a las nubes por sí misma, ofreciendo la mayor enciclopedia que han conocido los siglos, en centenares de lenguas y de acceso gratuito para toda la humanidad. En muy pocos años, hemos pasado del libro electrónico como un nicho invisible de lo marginal que era, a empresas que ofrecen catálogos de más de medio millón de títulos. Bueno, esto ha ocurrido para los anglolectores, porque la situación del libro electrónico en español es levemente diferente.
Sea como fuere, lo cierto es que el fallecimiento de Michael Hart debería hacernos reflexionar. Precisamente, los primeros tiempos del ereader supusieron la amenaza de la evaluación definitiva del proyecto Gutenberg. Y no, no es una broma.
Pensadlo: Los innovadores que querían poner en el mercado ereaders se encontraban con que podían comprar a algunos fabricantes chinos los dispositivos, pero sabían que sus futuros usuarios no iban a contar con una colección de títulos que justificara la inversión de varios cientos de euros. Precisamente, un perfil importante de la amante del libro coincide con un perfil de persona que sufre problemas de relación con la tecnología, de manera que no se podía asumir que se buscara la vida por sí mismo para dotar a su flamante dispositivo de alimento lector.
La respuesta a este problema ya la conocéis: estos pioneros fueron al proyecto Gutenberg, descargaron distintas colecciones de títulos en castellano y las incluyeron dentro de tarjetas de memoria como bibliotecas iniciales y gratuitas para los nuevos, novísimos ereaders. Esto es legal y hasta moralmente irreprochable, porque las condiciones de uso de los titulos que alberga el Proyecto Gutenberg no ofrecen ninguna restricción a este respecto. La solución al problema era literal (el usuario tenía qué leer), pero no encajaba con la demanda de los usuarios.
Por más que las obras que alberga PG tienen una altísima consideración cultural, no tienen una demanda equiparable. El lector, mayoritariamente, quiere leer textos actuales, ya sean best sellers o textos más específicos. Y por supuesto, el lector que tiene al texto como herramienta de trabajo (a menos que sea filólogo) necesita textos actuales con los que trabajar.
Hay quien dice que lo gratis no se valora. Yo estoy convencido de que es una afirmación cercana al axioma en nuestra sociedad capitalista. El problema que hemos tenido recientemente es que los libros de dominio público de PG no son sólo gratuitos, sino que además son inmediatos de conseguir.
Por una parte, el problema se soluciona comunicando. La obra clásica no debería ser un castigo de los estudiantes de secundaria y bachillerato, o no sólo eso. La obra clásica necesita de entusiastas, de comunicadores que provoquen la curiosidad y el interés. Además de las iniciativas de "libros a la calle", "un libro al día" y demás campañas de comunicación y publicidad que tanto cuestan al erario público, se debería generar y mantener una campaña acerca de la existencia y conveniencia del Proyecto Gutenberg: no basta con saber que existe (y eso que su conocimiento no está ni mucho menos generalizado), sino que vale la pena acceder a sus fondos y leerlos en un ereader, en un tableto, hasta en las blackberrys que manejan ejecutivos y chavalería por motivos ¿opuestos?
Por otra, la promesa inicial de Hart debería hacernos pensar. Antes de que existiera Internet, Hart entendió que el dato digital incluía la semilla de algo tan asombroso como el acceso universal a la cultura. Eso provocó un suave pero incesante goteo de voluntarios, y lentamente se acumuló una biblioteca multilingüe de tamaño respetable (algo más de 30.000). Si comparamos esa colección con los catálogos de ebooks comerciales, no parece nada: son textos clásicos, y por si fuera poco son gratuitos y no cuesta esfuerzo alguno acceder a ellos.
Lo gratuito debería tener mucho valor. Debería satisfacernos que cualquier ser humano con acceso a un dispositivo que permita la lectura digital (un teléfono móvil, y de ahí en adelante) pueda leer lo que se considera generalmente como las joyas de la literatura de cada idioma. La obra de Hart, en plena explosión del ebook comercial, nos debería recordar que el ebook debe tener dos caras, y que si hay que proteger los derechos de autores y editores, no es menos importante proteger una promesa tan maravillosa como es el acceso universal a la cultura.
Si alguien quiere comprar en una librería Los cuatro jinetes del apocalipsis, tiene todo el derecho a hacerlo, como de pedirlo en préstamo en su biblioteca local o a un amigo o familiar. Pero también tiene derecho a descargar Los cuatro jinetes del apocalipsis del Proyecto Gutenberg, como estoy haciendo ahora mismo, subírselo a su ereader y leerlo. Como voy a hacer en las próximas semanas :).
Y si el Ministerio de Cultura quiere promocionar su objeto, debería contar con el Proyecto Gutenberg. Y estoy convencido de que todos deberíamos dedicar un poco de tiempo a pensar en las enormes consecuencias que aún puede tener el acceso universal a la cultura. Si se lo hubieran dicho a Vicente Blasco Ibáñez, no habría cabido en sí de gozo.
Como yo no me he dejado de asombrar de lo que ha supuesto acceder a Los cuatro jinetes del apocalipsis. Segundo y medio de bajada, envío por email a mi Kindle y a leer.
Os dejo con el final del obituario, imprescindible y esperanzador.
In July 2011, Michael wrote these words, which summarize his goals and his lasting legacy: “One thing about eBooks that most people haven't thought much is that eBooks are the very first thing that we're all able to have as much as we want other than air. Think about that for a moment and you realize we are in the right job." He had this advice for those seeking to make literature available to all people, especially children:
"Learning is its own reward. Nothing I can say is better than that."
Michael is remembered as a dear friend, who sacrificed personal luxury to fight for literacy, and for preservation of public domain rights and resources, towards the greater good.
This obituary is granted to the public domain by its author, Dr. Gregory B. Newby.
Gran homenaje, Juan Luis.
ResponderEliminarHubiera sido más impresionante si te hubieras conectado por WiFi a la web móvil del PG y te hubieras descargado el MOBI directamente al cacharro. Así todo queda en casa.
Cervantes Virtual lleva 11 años ofreciendo libremente toda la literatura en español clásica con más de 60.000 títulos. Desde el poema del Cid hasta Galdós, y por supuesto, Blasco Ibáñez.
ResponderEliminarEl primer libro digital que leí, hace un montón de años, fue descargado de Proyecto Gutenberg. Había visto en la librería de El Corte Inglés una edición de "La piedra lunar", de Wilkie Collins, en tapa blanda y por 4500 pesetas. Me indignó tanto el precio que esa noche me puse a indagar en Internet, descubrí PG y me descargué el libro, gratis.
ResponderEliminarTienes razón, pero la diferencia es importante: PG está mantenido por voluntarios que no cobran nada, que mantienen los ebooks en todos los formatos y en multitud de idiomas. Cervantes Virtual es muy importante, pero diría que no se cree en la iniciativa
ResponderEliminarY por supuesto, el Ministerio no da publicidad adecuada ni a su producto ni a PG
En realidad Blasco Ibañez y Galdos escribian bastante espoleados por la necesidad/deseo de publicar material; asi que no tengo claro que les hiciera particular gracia que sus escritos pudieran ser accedidos sin venia ni pago.
ResponderEliminarEn el caso de Blasco Ibañez se añadía un impulso de denuncia y regeneracion, y en ta supuesto quizas fuera mas transigente respecto a la libre lectura de sus obras... pero no apostaria por ello, ni lo contrario.Galdos tambien reflejaba miserias de la politica y la sociedad, pero la pintura que hace de las gentes de digamos pocas luces y quizas aun menos haberes me parece que no tiene tanta mordiente, quedando como algo que existe y que de todo hay en esta vida.