La impresión a la carta ha supuesto un cambio que, en su momento, parecía radical. Y lo era, comparado con la situación anterior. El autor ya no tenía que desembolsar una dolorosa cantidad ganada con el sudor de su frente para lograr que se imprimiera una tirada de 500, 1.000 o 2.000 ejemplares, y luego seguir sufriendo para que esa tirada se distribuyera por las librerías. No, el autor sólo tenía que correr con un moderado gasto de maquetación (o maquetar él mismo su libro usando productos adecuados, como LaTeX o LyX), poner un precio el libro a partir del mínimo que marcaba la empresa de edición bajo demanda y esperar, porque dicha empresa es la que pone en el domicilio del comprador cada ejemplar. Así pudo publicarse, por ejemplo, El recepcionista de cadáveres (Carontíada nicheana) de mi suegro.
Ahora viene el excusatio non petita: creo que las editoriales siguen teniendo un papel esencial. El editor puede apoyar al autor a la hora de transformar un libro con potencial en una obra maestra que logre el impacto deseado. Y por supuesto, las capacidades de márketing de una editorial siguen siendo esenciales a la hora de aumentar las ventas. Pero esto no quita para que las empresas de impresiona a la carta comenzaran el proceso que ha transformado a las editoriales de un cuello de botella inevitable a una buena opción.
Pues bien, leo en teleread un artículo acerca de una reacción que, si no fuera porque es americana, pensaría que es española, con nuestros habituales saltos de calvo a tres pelucas. ¿Firmar con una editorial importante es un error?
Como podréis comprobar, da cuenta de dos casos en los que se asume que los autores habrían obtenido mucho más éxito en ingresos si hubieran publicado por su cuenta en vez de recurrir a un sello editorial de éxito. Antes de seguir, hay que tener en cuenta que la autoedición de libro electrónico es una revolución respecto a la revolución precedente de la impresión a la carta. Los costes de distribución tienden a cero y otro tanto ocurre con los costes de impresión; más aún, desaparece el intermediario como figura obligatoria, y el autor puede distribuir su obra como le plazca. En lo que al precio se refiere, no tiene un precio mínimo como el caso de la impresión a la carta y puede jugar con precios muy bajos que disparan tanto las ventas como su visibilidad. Por otra parte, contar con el apoyo de una plataforma de alta visibilidad como es ya a día de hoy Kindle en Estados Unidos puede contribuir a disparar las ventas por el sistema de recomendaciones, a cambio de ceder una parte de los beneficios a la plataforma. En ese sentido, en Estados Unidos el autor ya se puede quedar con un 70% de los beneficios, aunque fuera de Estados Unidos todavía el autor se tiene conformar con un 30% de los beneficios, cantidad en cualquier caso muy superior al 10% al que podría aspirar en el mejor de los casos de una publicación tradicional.
Lo que critican los dos autores que se citan en Teleread es que, por una parte, un autor de títulos muy interesantes no aprovecha la ola de popularidad que tienen los autores autopublicados en Amazon. De manera arbitraria, se compara las ventas que tienen los autores independientes de más éxito en las listas de Amazon (ocupando ya un sorprendente 25% del total de la lista de los 100 libros más vendidos en Kindle), con las ventas que el autor ha obtenido por firmar con Macmillan. En vez de estar en los 100 primeros, este autor está en el extremo horizontal de la larga cola, en las posiciones 12.726 y 26.038 para dos de los títulos del autor que ha firmado con Macmillan.
Lo que el crítico se olvida de contabilizar son las ventas en papel. Incluso en Estados Unidos, con la explosión que está teniendo lugar con los ebooks, las ventas combinadas de papel sigue siendo más importantes. Si una editorial importante ha apostado por un autor, su potencia de fuego marketiniano le asegura ventas en papel y visibildad con ese público que prefiere el papel y que sigue siendo mayoritario.
Si este ejemplo lo es ya lo suficientemente ilustrativo del extremismo y miopía al que están llegando tan rápidamente algunos partidarios de los libros electrónicos, el segundo ejemplo va del mismo palo al tratar con displicencia tanto a la editorial tradicional como al papel
As I understand it, when you sign with Macmillan or Penguin or FSG to print your book, one of the things they do, and I’m no expert here, but one of the things they do is that they, under most circumstances, print your book. Which means people sell them in stores. And, again, I’m not an expert in anything but mediocre whiskey and quantum mechanics, this means that those sales do not count in your Kindle sales.Dejando aparte la prepotencia con la que en este segundo ejemplo se trata a las editoriales y al papel, el gran olvidado es el lector que sigue enganchado al papel y que pasará mucho, muchísimo tiempo hasta que llegue a ser realmente minoritario. De ese lector cuya diferencia esencial respecto al lector de ebooks es su apego a un formato, apego que tiene como resultado el acceso a la mayoría del catálogo mundial actualmente disponible.
Al final, el bicho humano es el bicho humano, y no sólo en España se pasa de calvo a tres pelucas. Lo importante de estos dos ejemplos, bajo mi punto de vista, es que suponen una buena advertencia contra el exceso de entusiasmo respecto al ebook, sobre todo si implica una pérdida de perspectiva dramática. El libro sigue siendo papel, y el papel se sigue vendiendo desde la editorial al lector pasando por uno o varios intermediarios. Negar esta mayor es completamente absurdo y contraproducente. Lo que es aún peor, subordina y subyuga nuestro pensamiento y análisis a la moda del momento, que pasará en unos años y que nos dejará con cara de tonto si somos lo suficientemente honestos.